En los últimos años no solía prodigarme mucho por la semana santa de mi pueblo. Este año decidí vivirla de otra forma, más hacia adentro, no como algo devocional, sino como un ejercicio casi meditativo y de presencia y consciencia.
Es curioso como, cuando uno decide cambiar la forma de mirar la vida, ésta puede tener unos colores que antes no podían ser ni imaginados.
Para mi, hay parte de todo esto en el reconocimiento como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad por parte de la Unesco. Egos aparte, por supuesto.
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